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| Community: una serie sobre un grupo de gente de lo más desigual. |
En décadas pasadas, la diversidad era un fenómeno poco deseado y se silenciaba la disidencia en la forma de ser, de pensar y de actuar. La uniformidad era la regla y no existían excepciones, no porque no las hubiera, sino porque no salían a flote a la sociedad y vivían recluidas en los sótanos de la personalidad de cada quién.
En esas épocas, no tan lejanas, se castigaba el diferencia y se premiaba a quien mejor se ceñía a las reglas sociales. Esto trasladado en la escuela se aplicaba con el estudiante de los tatuajes, el de los piercings, el de las rastas, la del pelo teñido, el emo, el otaku, etc, etc. Estos eran considerados como los vagos, los maleantes, aquellos que trastocaban la paz del aula y que eran malos ejemplos a los cuales nunca se debe seguir y que tenían su origen en familias disfuncionales, maleducadas, sin interés por sus hijos y con tendencias a la delincuencia. Esa era la explicación que el sistema educativo daba, y muchas veces todavía lo hace, para aquellos que no se apegaban a la uniformidad del sistema.
Hoy en día la diversidad es un concepto más visible, no es arisco y tampoco altera los cimientos de la paz social, nos hemos dado cuenta de que la diversidad es una característica común en toda la especie humana y por lo tanto, es deber del sistema educativo adaptarse a las nuevos modelos sociales y de convivencia.
La diversidad sigue asustando, pero quizá por otros motivos, no porque se le tenga miedo, ni porque muerda, sino más bien porque es una tarea enorme a la cual tienen que enfrentarse los docentes. A los que nos enfrentamos a esa tarea nos preocupa como encajar nuestra labor sin repetir los patrones de nuestros antecesores y nos asusta no ser capaces de atender a cada quien según su ser.
Y es que educar en diversidad requiere de empatía, sosiego, estar informados, cercanía y creatividad; cualidades que son difíciles de trabajar más allá de su mero conocimiento teórico.
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